En una de las regulares tertulias
sabatinas con mis amigos, donde principalmente se discute sobre la
vida, política y en gran medida cine y tv, uno de los presentes
lanzó la siguiente pregunta: ¿Por qué son tan famosas las
películas de Woody Allen? No entendía por qué tanto alboroto por
un director añoso que se ha dado a conocer a las nuevas generaciones
por sus filmes Vicky Cristina Barcelona y Medianoche en París,
siendo éstas catalogadas como “solo buenas”. De inmediato
recordamos aquella ocasión hace unos años cuando invité al grupo a
ver Annie Hall, película emblemática de Allen, con resultados
inesperados. La mayor parte de la audiencia se durmió y la otra
aguantó en silencio hasta el final sólo por consideración a mi
persona.
La pregunta continúa, ¿por qué se
considera a Woody Allen como un gran director? Sin lugar a duda lo es
por su originalidad y desenfado al concebir sus filmes. Logró unir
lo que pocos pueden, el arte y el entretenimiento. Las películas
como un medio de expresión de los sentimientos humanos. Después de
conocerlo y apreciar un poco de su producción, es casi imposible no
ver su sello en toda su obra. Así como Chaplin se dio a conocer por
su personaje del vagabundo, Woody Allen es conocido por su personaje
fóbico nervioso, encarnación de las neurosis del hombre
metropolitano del siglo XX.
No teme desnudar su alma en el
celuloide, enseñar al mundo los complejos que la sociedad ha creado
en su persona. Sus deseos y perversiones quedan plasmados con
claridad. Recordemos el caso de su película Manhattan en el que su
personaje sale e incluso tiene relaciones con una jovencita menor de
edad, caso que varios años después replicó en la vida real al
casarse con Soon-Yi, la hija adoptiva de su esposa Mia Farrow. En Los
enredos de Harry, el personaje joven calenturiento interpretado por
Tobey Maguire decide contratar a una dominatrix asiática, otra
referencia a la vida personal de Allen. Sus guiones no están
concebidos para satisfacer a un público masivo ansioso de comedia
clásica sino como un deshago personal, característica de todo
artista.
Sin embargo lo importante es la dupla
arte-entretenimiento. Sin lo segundo sus películas probablemente
serían conocidas pero sólo por un selecto grupo como es el caso de
diversos directores “de arte”, Ingmar Bergman, Federico Fellini,
Akira Kurosawa, por mencionar algunos. Woody Allen estaba determinado
a hacer buenas películas, trascendentes, pero que fueran vistas. Por
eso sus tramas y la edición es digerible, sin pretensiones. Su tema
favorito son las relaciones humanas, el amor cambiante y traicionero.
No puede haber tema más comercial que éste. Pero visto desde su
perspectiva es único, apasionado, triste y nostálgico a la vez. Sus
guiones llevan la historia de manera inteligente y veraz. En toda la
verborrea de su personaje, hay referencias culturales sin fin. Se
habla de literatura, teatro, música pero de manera rápida y sutil,
más vale saber de qué está hablando de lo contrario se pierde gran
parte del encanto de su guión.
El señor Allen también muestra todo su genio en el uso de la cámara. En el aspecto estético Manhattan es su obra que sobresale. Gran parte de su trabajo se situa en esta isla retratando a la clase intelectual pero es en Manhattan donde une actuación y fotografía. Filmada en blanco y negro, la primera secuencia que muestra escenas de la ciudad con la música de Geoge Gershwin es un clásico así como la silueta de él y Diane Keaton sentados en una banca frente al puente de Brooklin. El amor de Allen por Nueva York es patente y lo usó hasta el final. Ahora Europa es su punto de acción y trata de ensalzar ciudades como Londres, Barcelona y París.
La carrera como director de Woody
Allen empieza en la comedia de pastelazo, allá por los años 60s. En
ese entonces todo era entretenimiento, su toque aún estaba en etapa
larvaria. Películas como El dormilón o Bananas muestran su anhelo
de originalidad sin estar totalmente logrado. Fue hasta 1977 con
Annie Hall que aprendió a sacar la paja de sus películas y quedarse
con la esencia. Originalmente el guión trataba de una pareja que
tenía problemas en su relación y que intentaba resolver un crimen.
Finalmente deshechó la parte del crimen y la trama se centró en el
origen y final de una relación amorosa. La película le valió el
premio de la Academia y lo confirmó como un director destacado.
Finales de los 70s y los 80s fue su época dorada con películas como
Manhattan, Hanna y sus hermanas, Crímenes y pecados, Zelig o La Rosa
púrpura del Cairo. Después vino el desenamoramiento del público
con su trabajo, justo como sucede en sus películas. Es hasta la
presente década que comienza a nombrarse al nuevo director con
premios y nominaciones al Oscar.
Dentro de la gama de opciones para ver
en el cine, Woody Allen destaca por no dejarse llevar por lo
comercial y el vacío de las producciones hollywoodenses. Lo que es
en sí un verdadero logro. En sus películas no encontraremos efectos
especiales, extraterrestres belicosos o zombies hambrientos sino una
disección perfecta y real de las relaciones entre seres humanos. Si
bien sus nuevas producciones han perdido un poco ante las ridículas demandas
del nuevo público cinéfilo, Woody Allen se mantendrá en el Olimpo
de los directores que desearon ver a su medio convertiro en el
verdadero séptimo arte.